jueves, 14 de febrero de 2013

Los víveres de Viveros o I ♥ tus carnitas



Seguía yo mis vagancias por el sur y caí en el día que dicen que es de los enamorados allá en la plaza de Coyoacán, y vi parejas y arrumacos y chicharrones y bailes y globos y pastelillos y otras muchas cosas muy buenas y muy provechosas que habrían, seguramente, de acabar en sopeo y popoteo.  Mas no es ahí el escenario de lo que he de relatar a continuación.
Volvía yo en mis idílicos pensamientos dejando atrás corazones y rosas para pensar en cosas menos disfrutables y un tanto más engorrosas, y no hablo del trabajo, pues sepan vuesas mercedes que a ése nunca voy con pesares, pues que soy de alma cómica y a todo le sonrío. Decía yo, que iba a cosas engorrosas y era ésta la de viajar en el metro a la tercera hora pasado el mediodía.
No estarán vuesas mercedes para saberlo, mas yo sí para contarlo, y es que los idilios tienen en mí un efecto de relleno que me expanden el corazón y me presionan la panza, y cáusame esto (los buenos días) no requerir mucho alimento. Y los malos días, chorrillo. Pero fue hoy buen día y le eché poco fuego a mi científica oficina. Pero dejando los menesteres mimosos atrás, atacóme un hambre atroz potenciada por un viso futurista en el que, sabía, no habría de comer hasta ya entrada la noche, que es la hora en que llego a mi cantón después del trabajo.
Dejé Coyoacán por el barrio de Santa Catarina (que ahí hállase un teatro muy bonito) para desembocar en metro Viveros, lugar donde se encuentran numerosos puestos blancos, y tuve a bien buscar alguno que satisficiera (¿se escribe así?) mi apetito, o mejor diré apeto, pues que desprecio los diminutivos y sabréis el porqué a continuación.

Donde miréis de surtida,
maciza, costilla y cuero,
dale gracias al taquero
y a Dios, que con él nos cuida.
Hallé un local sin nombre aparente y, ajeno a la costumbre de sus vecinos taqueros, ni siquiera una lona marcaba su menú. El clasicismo de su cartulina fosforescente alegróme la vista y más aún las partes inconfundibles que sólo provienen de las sacrosantas carnitas.
Pequeño en comparación a sus coetáneos, el puesto ofrece una quinta de tacos a veinticinco del águila, precio harto desconcertante y extraño en el mundo de las carnitas, pero indudablemente conveniente para atraer clientela. Dos amigables Godínez almorzaban su media hora entre una plática que se antojaba mediocre y una nula consciencia espacial que los hacían estorbar al que quería tomar la sal.
A pesar de la amplia difusión que tienen estos puestos, son pocos los que conocen las correctas costumbres al disfrutar de estas viandas, y aquí he de enumerarlas para que piensen que llegan a este lugar con la cabeza un poco más hueca que como lo abandonan. Y lo primero es una regla en el mundo general del puesto de tacos: nunca de los nuncas y jamás de los jamases se hará uso del diminutivo al ordenar, pues aquesa costumbre inicióse hace unas cuatro décadas y era sólo pronunciado por dos sectores de la población, las señoritas de sociedad (que sólo conocían estos tugurias por alguna salida locochona con sus callejeros amigos) y los muerdealmohadas, pues que los soplanucas suelen ser más hombres que éstos.
Así pues, quien llegue y pida “tres taquitos”, “con cebollita” y “un refresquito” es motivo de encabronamiento pues que despliega un nivel impresionante de estupidez. ¿Y de qué surgió esto? Pues de los taqueros que preguntaban si el comensal deseaba salsa y sólo los putos tenían a bien decir “poquita” o “de la que pica poquito”. De decirlo me ha dolido la tripa.
El único que auténticamente debe usar el diminutivo es el taquero mismo, pues que se refiere a nosotros como "patroncitos", nos ofrece "unos taquitos" de "cuerito" y "un chesquito". De ahí que el nombre mismo de la carne se haga en diminutivo plural, es por mera cortesía. Dicho de otro modo, el taquero se pone a nuestra disposición y nosotros haremos de hombres y no de amanerados.

Puesto digno de ser puesto
tiene el frío a su favor,
si no hay refrigerador
ponga hielo de repuesto.

Ya entrados en reglas de etiqueta, dicen los que saben más que yo, que al taco no se le pone ni limón ni sal (pues que el primero tiene un sabor cuya función es matar al resto de los sabores, lo que elimina al taco), mucho menos a los que son hechos de carnitas. Mas yo, iconoclasta al fin, pedí tres tacos (que era para todo lo que me daba mi bolsillo) y los aderecé de la mejor manera para probar todo: uno de cuero sólo con rajitas de cebolla y jalapeño, uno de buche con salsa roja y otro de cuero, con limón, sal y la mesma salsa. Del primero me decepcionaron las cebollas rajadas pues que picaban menos que borracho en fiesta de gordas y debí sazonar con la salsa verde. No estaba esta mal y me pareció muy bien.
Mas en llegando a la salsa roja, ¡la puta que los parió! Agradezco al creador no haber pedido más tacos y haber comprado una coca, pues ardía como mentada de madre, de esos picores que duermen toda sensación de la lengua y siente uno que hasta el aire que pasa sobre ella la quema. Sólo por esa salsa recomiendo la ida, que es, como diría un tío mío, para levantar crudos; o como diría mi progenitora, para quitar catarros, pues que afloja los mocos.
En cuanto a la carne, usa el taquero la técnica de un corte amplio y desigual, muy provechoso en muchas carnitas, pero peca de codo y un taco mírase miserable entre los demás, de ahí su económico precio. He visto yo otros muy rebosantes y sabrosos, y éstos, lo pequeño lo compensan con barato además de ser sabroso el cuero, que son tres partes las que determinan si unas carnitas son buenas, y son éstas el cuero, la maciza y la oreja.
Para un bolsillo apretado como el mío y en un camino transitado como es el de la Avenida de la Universidad, hállanse estos tacos desnombrados en buen lugar. Pues que del amor pasé al hambre, del hambre a la saciedad y de la saciedad al picor extremo. Doy mi calificación pues que en escribiendo esto me ha dado un retortijón lo que me hace temer que aquesa salsa roja fuera de doble picor, que pica cuando entra y pica cuando sale.

Siendo día del amor,
del cariño y la amistad,
tuve ganas, en verdad,
de algo un tanto engordador;
mas con tan poco valor
impreso en mis moneditas,
tuve a bien matar las cuitas
en esta pobre apariencia
pues requiere resistencia
la salsa de estas carnitas.
Dos estrellas son ganadas por este puesto y es una por lo barato y otra por lo picoso.
Et fruitonis

-Don Pepe Zorrillo de la Trajinera

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