domingo, 10 de febrero de 2013

Sobre una taquería de Copilco muy buena y muy provechosa



Quéjanse muchos hombres y de muchas formas de cuanto acontece en aquesta ciudad, tildándola de fea y muy enojosa y otros muchos vituperios. Y dígoles yo que ciudad que ostenta una taquería cada veinte pasos no puede ser sino muy provechosa y agradable. Que yo estoy llegando a mi cuarto de siglo ya bien comido y con una panza que no puede lograrse con salario mínimo, por lo que creo que hállome en la ventaja de tener una lengua privilegiada, ya sea para el salivero o para la degustación de esa artesanía gastronómica que es llamada El Taco.
Así bien, si es tu deseo, antojadizo lector, permita que comparta mis experiencias tragativas con vuesa merced, que seguramente algo de bueno puede sacar en alto y quizá hallar un punto de comida muy bueno y noble donde sólo veía recelos y asquito.
Empiezo pues.
Sábese que yo tengo dos oficios: el de los tacos y el de las tablas. Y bien me acuerdo que la primera vez que fui a aquesta taquería (de la cual empiezo a escribir) fue en terminando el primer ensayo de la que sería la primer obra de la “Primera OBscena”, compañía en que laboro (obra que, dicho sea de paso, tan mal hecha estaba en su escribanía, que no completó su nacimiento y la abortamos).
En el negocio taquero
yo he de honrar, pese al sabor,
al de la carne mayor,
¡larga vida al rey Suadero!

Vaya vuesa merced a la línea verde (dígase la tercera) del meteoro y asómese en la estación Copilco, harto reconocida por estudiantes y capigorrones, que han de ser lo mismo; salga en la misma dirección en que iba a la tres veces heroica Universidad y hallará una comuna de piratería, alhajas hipiosas y garnachas que ya son del cariño de todos. En pasando unos baños públicos, verá la taquería en cuestión que es sólo definible por su techumbre de lona “Pascualito”.
Fiel a la tradición del puesto blanco, la fonda que refiero es apenas un cubil de latón que en algún momento fue blancuzco, la barra de salsas está sobre la siempre entrañable camita de cilantro marchito. El taquero (que he visto cuatro distintos y todos malencarados y semi-mudos) despacha con la milenaria técnica de los “tres dedos”, que es así como toma el suadero y/o longaniza para servir la merienda de tortilla tamaño estándar para taquería de calle.

Y tienen variedad para que escoja,
entre una salsa verde y una roja.
Quise matar el hambre en la mañana, y hallé con tristeza el ligero aumento en el precio, pues nada hay más triste para las panzas grandes que los bolsillos pequeños, y así lo que costaba quince pesos ahora cuesta dieciocho, y que es la orden completa de cinco tacos, ya de suadero, ya de longaniza, ya de pastor. Cualquier mezcla morbosa del cliente le será requerida en una veintena de la moneda nacional y el refresco (en los sabores comunes) sale en la mitad de esto.

Si hablo de lo comestible,
dos cosas miro en verdad,
que sirvan con propiedad
y que al menos, sea accesible.

(Dieciocho, veinte y diez pesos, para quienes son lentos de hámster.)
En este local, el orden de sabrositud en los sabores comunes va deste modo: en último lugar el suadero, cosa que dióme mucho pesar pues que son los santos de mi devoción. La longaniza hállase un poco más sazonada, y como dato, no hallar longaniza sazonada en taquería es el colmo, que la naturaleza de ésta es tal que toda longaniza insípida debe ser motivo de sospecha y enfado.
Pero aquello por lo que deben vuesas mercedes darse un rondín por este lugar es el pastor. Hallé un trompo como cuerpo perfecto de mujer: lleno de color, crujiente y abultado en donde debe. La verdad sea dicha, su servilleta no es reverente del pastor, mas estos merecen desembolsar cuatro pesos más, que es lo que cuesta el taco suelto.
Culmino este papel elogiando la buena organización de los nobles guisanderos, pues ante una clientela que se antoja grande y muchas veces malintencionada (siendo estudiantes) han de tener más de dos ojos sobre ellos. Así pues, el cheff se encarga de la labor con el suadero, la longaniza y (por consecuencia) de los campechanos. Éste, a su vez, tiene un sous cheff que sólo trincha el trompo; y el más viejo de ellos es un pinche cobrón, pues que los asiste limpiando platos, pasando refrescos y cobrando las ganancias.
Cuando uno se va a comer
debe de mirar dos cosas,
degustar cosas sabrosas
y degustar con mujer,
pues si ella sabe entender
del taco la poesía,
es mujer de gran valía
y de buen entendimiento;
pues mujer con alimento
le alegran a uno su día.
En la escala Don Pepe que va del uno al cinco, donde uno es el más pequeño, cinco el más grande y tres el de en medio, concedo tres estrellas a los bien ponderados tacos de metro Copilco.
Et fruitionis.



-Don Pepe Zorrillo de la Trajinera

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