Había yo dejado muy aparte este lugar en que letras y grasas combínanse de cierta manera para hacerte entrar, desocupado lector, la ricura y el colesterol por los ojos. Y no fue la razón de mi abandono el hecho de que dejase yo de probar tacos (¡Dios me libre!) sino que algún motivo egoísta guióme a no compartir mis hallazgos urbanos con vuesas mercedes. Y en viendo que es esto muy vergonzoso y malhora de la mía parte, hallábame camino a satisfacer mi hueco abdominal cuando tomé la determinación de que si habría de comer, lo haría como Dios manda, que es con amor y compartición entre todos y soy seguro que si Cristo Jesús los hubiese conocido, habría dicho de los tacos "compártanlos los unos con los otros".
Como es costumbre mía, rondaba un foro teatral harto importante (que es mi costumbre la de rondar, no la de codearme con la importancia) cuando mi objeto de amor, hambrienta por la función teatral que recién había otorgado, nos pidió a mí y a un su amigo que ahí estaba que encontráramos donde mercar el hambre por la satisfacción. Es una recta entre dos ches: a medio camino entre el metro llamado Chapultepec y el Foro Chespir (que dícenle cruzando el Atlántico, Shakespeare) hallarás, goloso lector, Las Rejas.
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Oí en mi panza las tristes quejas del hambre y otras cosas complejas, me di la vuelta y vi unas viejas que te invitaban a ir a Las Rejas. |
Por la inscripción en su carpa, supuse que serían de tradición, pero llamóme al gusto la variedad que prometía desde la entrada: a la derecha de un bien aderezado y ya menguado trompo de pastor, hallábase una mujer atendiendo una canasta que se parecía en todo a una de las usadas para los tacos al vapor. Luego me enteré que si se le parecía era porque lo era. ¡Tacos al pastor y de canasta, conviviendo bajo el mismo techo como si de la misma etnia se tratase! Y pensé en lo que esperaba mi orden, ¿por qué no? ¿No han aprendido a convivir de igual modo los animales salvajes con algunos hombres? ¿No avanzan las luchas humanas por tener todos los mismo privilegios, seamos negros, chinos o gordos? ¿No podemos llevar en el mismo reproductor de música lo mismo una vanguardia artística que a uno de los grandes maestros clásicos lo mismo que al más botudo esparpajo de sombrero y banda? Pues que la modernidad lo permite, díjeme "qué chingados" y esperamos que se desocupase una de las dos únicas mesas que tienen en su exterior; pues aunque hállanse dentro varias sillas, están dispuestas en formato de barra, como se acostumbra en las torterías de tradición. Y como tal, preparaban también licuados y jugos para quien los pidiese.
Por si no bastara esta mezcla ecléctica, la presentación del pastor era también variada: estaba para quien lo quisiera en taco, en burrita y en torta. Y fue esta última nuestra opción.
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El formato no me importa cuando se habla de sabor, porque la carne al pastor sabe bien en taco y torta. |
Bastóme la primer mordida para saber que no podría volver a rondar el Foro Chespir sin acudir, como el peregrino a la mezquita, a Las Rejas. Para mayor deleite de tus ojos y con motivo de activar tu salivación, querido lector, enumeraré sus ingredientes: al pan suavísimo (que es bolillo de torta específico) habíanle untado una generosa porción de mayonesa (siempre agradecible en este género de comida); luego siguió un pastor más que adobado y suave, asaz sabroso; sobre de él algunas rodajas de jitomate y tajitos de aguacate y coronaba esto un puñado generoso de cilantro, que siempre hace gran pareja con la mayonesa.
Era esta mezcla un deleite de suavidad que duróme poco. Tan poco que el hambre duró más que la torta, y que conste que todo esto iba a la par con un vaso mediano de licuado de plátano (digo mediano por dejar en claro a sus mercedes que el grande es el conocido litro que no puede faltar en ninguna tortería de tradición... excepto en esta, que solo tenían mediano).
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No hay cosa más sagrada que ver una piña que empotrada suelta jugo y calor sobre un sabroso trompo de pastor. |
Al comer Pastor tras un evento Dionisiaco, uno no puede menos que pensar en que está siguiendo una suerte de rito glorioso. Del teatro a Las Rejas no es ni un rosario. Y ya que en cosas divinas andaba, no pude más que ceder un poco al pecado de gula y acercarme para pedir un par de tacos al vapor que me llenaran el huequito del meñique del dedo izquierdo. Ahí llevéme dos desencantos, y fue el primero que se habían acabado los hechos con mole verde (que debía ser sabrosísimo por ya no tener decendencia) y el segundo que el chicharrón no era prensado, y debería ser ese (por decreto constitucional) el único permitido en los tacos al vapor.
Quizá el encanto me llevó a pensar que, después de todo, ese chicharrón no había resultado tan malo (porque en efecto, no lo era) pero bastó para que perdiese una estrella y solo una de las cinco que pensé en concederles. Pero son cuatro muy honrosas que bien valen la visita de aquellos que, después de comulgar en el sabrosísimo rito teatral, han de dejarse guiar por el pastor y su olor y hacerse los advenedizos de este local que no requiere de llevar un exceso de monedas en el pantalón.
Et fruitionis